La
factura del teléfono y
el estado de cuenta de la tarjeta
de VISA llegan
el mismo día en que se descompone el auto en la carretera y se acaba
la comida del perro. El balance de mi
cuenta bancaria ha
alcanzado niveles
bajos récord, y yo me pregunto cómo voy a
encontrar el dinero para pagarlo todo. Tiro
la correspondencia sobre
el mostrador y hago pucheros mientras doy vueltas por la
cocina, enojada
con Dios por
no cuidarme ni proveer para mis necesidades.
Unas
cuantas horas después, me
reúno con una amiga para
tomar un café que no puedo pagar en la cafetería de
la esquina. Hablamos trivialidades durante unos minutos hasta que
ella me
dice que tiene cáncer.
Lloramos juntas y, al poco rato, nos despedimos sin orar juntas.
Vuelvo a casa y le
pregunto a Dios enojada por
qué hace sufrir a mi querida amiga. ¿Cómo
es que no pudo cuidar de ella? Me
preocupo por lo que hará y por cuánto
tiempo vivirá.
Voy
a la iglesia el domingo por
pura costumbre, todavía
muy enojada y
con una actitud
amargada.
El mensaje es sobre esperanza y la seguridad de que el Padre
celestial sabe
lo que necesitamos y escucha nuestras oraciones. Él recuerda a los
pajarillos y
los alimenta, y éstos no tienen necesidad de molestarse recogiendo
ni guardando alimentos para el invierno porque Dios
provee para ellos.
Y así, puede proveer para nosotros. Confieso mi pecado de amargura.
Cuando me voy, me siento renovada
y perdonada.
El
lunes,
en el buzón, encuentro una
carta de una amiga a
la que no he visto en mucho tiempo. Me siento afuera, en el pórtico,
y abro el sobre, el cual contiene un
cheque por
suficiente dinero como para pagar
las cuentas,
arreglar el auto y comprar comida para
el perro.
Quito
la mirada del papel y veo
a un pajarillo picando
en el césped. Mueve la cabeza, y de la nada, sale un
resbaloso gusano
rosado que
se mueve entre su pico. El
pajarillo levanta
las alas y
vuela hacia el sol.
Dios tiene el
control y provee. Confía en Él hoy.
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