Gracias
a las semillas que usted plantó, algún día seremos como esta
hermosa planta. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotras.
Gracias por invertir tiempo en nuestras vidas”.
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de la maestra mientras por sus mejillas corrían lágrimas de agradecimiento. Como el único leproso que manifestó gratitud hacia Jesús cuando fue sanado, las chicas a quienes les había dado clase en la escuela dominical, se acordaban de agradecer a su maestra. La planta de hiedra representaba un regalo de amor.
Durante meses la maestra regó
fielmente la planta en
crecimiento. Cada vez que la miraba, recordaba a esas adolescentes
especiales y eso la animaba a seguir enseñando.
Pero al cabo
de un año, algo sucedió. Las hojas empezaron
a ponerse amarillas y a caerse; todas, menos una. Pensó en
deshacerse de la hiedra,
pero decidió seguir regándola y fertilizándola. Un día, al pasar
por la cocina, la maestra vio
que la planta tenía
un brote nuevo. Unos días después, apareció otra hoja, y luego
otra más. En pocos meses, lahiedra estaba
otra vez convirtiéndose en una hermosa planta.
Henry
Drummond dice: “No
pienses que no pasa nada, simplemente, porque no ves tu crecimiento,
o no escuchas el zumbido de los motores. Las grandes cosas crecen
silenciosamente”.
Hay
pocas alegrías más grandes que la bendición de
invertir fielmente amor y
tiempo en las vidas de otras personas. ¡Nunca, nunca te des por
vencido con esas plantas!
No
nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si
no desmayamos.
Gálatas
6:9
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