Cuando nuestro hijo Esteban era niño, fue durante una semana a un campamento de verano con un grupo cristiano. Después de unos días, recibimos una carta de él dirigida a «Mamá y Papá Crowder» que simplemente decía: «Por favor, vengan y llévenme a casa hoy mismo». Lo que su mente infantil no podía comprender era, desde luego, que pasarían algunos días hasta que recibiéramos su carta y otros más antes de que pudiéramos ir a buscarlo. Lo único que sabía su corazón de niño era que añoraba estar en casa con mamá y papá… y algo así puede ser difícil para un pequeño.
A veces,
podemos ser como Esteban cuando
pensamos en este mundo. Es
fácil anhelar estar con Jesús y
empezar a desear vivir ya en nuestra «morada
eterna» (Eclesiastés
12:5), donde estaremos «con
Cristo» (Filipenses
1:23). Como hijos de
Dios (Juan
1:12), sabemos que este mundo nunca será
realmente nuestro hogar.
Como el apóstol Pablo,
sentimos particularmente esto cuando las luchas de la vida son
difíciles. Mientras estaba en Roma,
aguardando el juicio, el apóstol escribió: «Porque
de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y
estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor»(Filipenses
1:23). Le encantaba servir
al Señor,
pero una parte de él
añoraba estar con el Salvador.
¡Qué
consolador es saber que tenemos la esperanza de estar con Jesús…
en un hogar que es muchísimo mejor!
Filipenses
1:21-30
No hay
nada mejor que el hogar; en especial, cuando ese hogar es el cielo.
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